Un camino digno

El nuevo gobierno del Frente Amplio ha elegido el camino más difícil y, por eso mismo, el más digno: gobernar con hechos.

En apenas tres meses, sin apelar al marketing, sin conferencias de prensa llenas de humo ni frases hechas para redes sociales, se empieza a ver el trabajo silencioso pero firme de una fuerza política que no llegó al poder para acomodarse, sino para reparar, reconstruir y transformar.

Y había mucho para reparar. Porque cinco años dan para mucho. Para desmantelar políticas públicas, para favorecer a los amigos del poder, para entregar lo estatal a intereses privados con una sonrisa cínica y un sobre con membrete. El desastre no fue solo económico o institucional, fue moral: se vació de contenido el rol del Estado y se instaló la idea de que todo se resuelve con “eficiencia empresarial”. Hoy, mientras algunos todavía extrañan las placas de anuncios, hay un gobierno que en vez de anunciar fibra óptica la recupera para el pueblo. Que en vez de regalar millones a canales privados, los destina a escuelas, vacunas y trenes.

Se revocaron decretos que ponían a la educación como mercancía y no como derecho. Se frenaron privatizaciones encubiertas. Se empezó a gobernar de verdad, con un oído en la calle y otro en el compromiso asumido con la gente. Se trabaja para que cada niño tenga acceso a nivel 3 de educación, para que el frío no sea sinónimo de calle, para que la infancia deje de ser un número en una estadística de pobreza. El Proyecto Moña en las escuelas más golpeadas no es solo una propuesta pedagógica: es una declaración de principios.

Se reabren fábricas cerradas por la lógica del descarte, se entregan tierras a quienes quieren producir, se reorganizan planes sociales con foco en la dignidad y la formación. La vacuna antimeningocócica ahora es gratuita, la normativa antitabaco vuelve a ser ejemplo, y los trenes vuelven a rodar con acuerdos firmados —no con promesas en carteles azules—.

Sí, falta mucho. Y nadie lo niega. Pero se está empezando a desarmar, tuerca por tuerca, el modelo que confundió gobernar con gerenciar, y pueblo con clientela. Ya no se promete prosperidad en conferencias de prensa: se garantiza presencia del Estado en donde más se lo necesita.

En tres meses, sin levantar la voz, sin escudos ni espadas, con responsabilidad y humildad, este gobierno empieza a darle forma a otra épica: la del trabajo serio, la de la reconstrucción sin revanchismo, la de volver a poner al ser humano por encima del Excel.

Y aunque el barro heredado es profundo, la esperanza también lo es. Porque cuando un gobierno empieza por los cimientos, no se ve enseguida desde la superficie. Pero tarde o temprano, el país se vuelve a poner de pie. Y lo que hoy parece apenas un rumor de cambios, pronto será la voz colectiva de un pueblo que empieza, otra vez, a reconocerse en el espejo del Estado.

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