En su cuplé más filoso, La Tapadita, la murga uruguaya Asaltantes con Patente ironiza sobre un fenómeno político tristemente frecuente: cómo los gobernantes, ante un escándalo que los deja mal parados, fabrican uno aún mayor para desviar la atención. En clave de humor local, enumeran un centenar de hechos corruptos del gobierno de Luis Lacalle Pou como si todos obedecieran a una meticulosa estrategia para distraer de un asunto de Estado crucial: su incipiente calvicie.
Lo que en Uruguay puede hacernos reír —o llorar de risa—, en otros contextos se traduce en tragedias de escala global. Si levantamos la mirada hacia Medio Oriente, vemos cómo este mismo mecanismo se repite con consecuencias alarmantes para la estabilidad mundial.
Imaginá que un día, bien temprano, una ciudad cualquiera empieza a llenarse de visitantes. No llegan en silencio, ni por pocos: son cientos, miles. Algunos vienen en autos, otros en camionetas, pero los más visibles lo hacen a caballo.
El nuevo gobierno del Frente Amplio ha elegido el camino más difícil y, por eso mismo, el más digno: gobernar con hechos.
Desde hace más de tres décadas, América Latina viene siendo parte de un proceso impulsado desde los grandes centros de poder económico mundial, que busca achicar al máximo el rol del Estado, abrir las economías a los grandes capitales y transformar a nuestras sociedades en simples proveedoras de recursos y mano de obra barata.
Se leen muchas barbaridades con respecto a Israel y los judíos. Algunas son por desconocimiento y otras son totalmente adrede para confundir y llevar agua a su molino.
Se han analizado profusamente sus tics, su indiferencia ante el dolor ajeno, esa rutina monótona de la maldad cotidiana.
Ah, sí, Francisco Sanguinetti Gallinal, una verdadera joya de la aristocracia del pensamiento, probablemente forjado en alguna extraña alquimia genética entre dos apellidos que suenan como un culebrón decimonónico.
Como ciudadano sanducero, no puedo evitar reflexionar, desde el sentido común, sobre el estado actual de nuestro querido departamento.
Año tras año nos dejamos llevar por la idea de que, con el cambio de calendario, todo mejora automáticamente. Sin embargo sabemos que los verdaderos cambios no dependen del paso del tiempo, sino de nuestras acciones.