En su cuplé más filoso, La Tapadita, la murga uruguaya Asaltantes con Patente ironiza sobre un fenómeno político tristemente frecuente: cómo los gobernantes, ante un escándalo que los deja mal parados, fabrican uno aún mayor para desviar la atención. En clave de humor local, enumeran un centenar de hechos corruptos del gobierno de Luis Lacalle Pou como si todos obedecieran a una meticulosa estrategia para distraer de un asunto de Estado crucial: su incipiente calvicie.
Lo que en Uruguay puede hacernos reír —o llorar de risa—, en otros contextos se traduce en tragedias de escala global. Si levantamos la mirada hacia Medio Oriente, vemos cómo este mismo mecanismo se repite con consecuencias alarmantes para la estabilidad mundial.
Imaginá que un día, bien temprano, una ciudad cualquiera empieza a llenarse de visitantes. No llegan en silencio, ni por pocos: son cientos, miles. Algunos vienen en autos, otros en camionetas, pero los más visibles lo hacen a caballo.
El nuevo gobierno del Frente Amplio ha elegido el camino más difícil y, por eso mismo, el más digno: gobernar con hechos.