Cuando el dinero es demasiado fácil: el colapso de las inversiones ganaderas y las coincidencias que nadie quiere ver

En los últimos años, Uruguay vivió un boom de inversiones ganaderas que parecía sacado de un manual de éxito económico: fondos que garantizaban rentabilidades atractivas, miles de inversores apostando al crecimiento del sector y un país que, según se decía, demostraba su estabilidad financiera.
Todo funcionaba a la perfección… hasta que dejó de hacerlo. Como si de un castillo de naipes se tratara, el sistema comenzó a desmoronarse poco después de que el Partido Nacional perdiera el gobierno en 2024. Y claro, no faltó quien dijera que esto era simple coincidencia.

Lo curioso es que, mientras el Partido Nacional gobernaba y se vendía la imagen de que seguiría haciéndolo, el dinero fluía con una libertad envidiable. La Ley de Urgente Consideración (LUC), esa joya de la ingeniería legislativa, permitió que hasta 150 mil dólares en efectivo ingresaran a los fondos ganaderos sin preguntas incómodas. Y es que, cuando se trata de grandes sumas de dinero, hacer demasiadas preguntas puede resultar inconveniente. Durante años, este sistema funcionó sin contratiempos: el inversor depositaba su capital (no importaba de dónde viniera), los fondos lo recibían con los brazos abiertos y, al cabo de un tiempo, la magia de la rentabilidad lo devolvía multiplicado y limpio.
Pero entonces cambió el gobierno. Y con la llegada del Frente Amplio, comenzaron los problemas. El miedo a controles más estrictos hizo que muchos inversores—particularmente aquellos con fondos de dudosa procedencia—decidieran retirarse. De repente, los fondos dejaron de recibir ese dinero fresco que los mantenía en funcionamiento.
¿Resultado? Un colapso casi instantáneo, miles de inversores estafados y un silencio sepulcral entre aquellos que no podían denunciar la desaparición de su dinero sin exponerse a investigaciones que podrían ser… incómodas.
Ahora, lo realmente sorprendente no es solo la rapidez con la que colapsó el sistema, sino la falta de análisis de quienes creyeron en él. Porque cualquiera con un mínimo de conocimiento en el sector sabe que la ganadería, en condiciones normales, difícilmente supera un 4% de rentabilidad anual. Y sin embargo, ahí estaban, apostando a un milagroso 10% de retorno sin preguntarse cómo era posible. Es como si el simple hecho de recibir el dinero con intereses fuera suficiente prueba de que todo estaba en orden. Pero claro, cuando el dinero es demasiado fácil, la lógica financiera tiende a volverse flexible.
A quienes tienen buena memoria, todo esto les resultará familiar.
Porque, si algo ha demostrado la historia reciente del país, es que cuando el Partido Nacional desregula la economía, tarde o temprano todo termina en desastre. Ya lo vimos en 1959, cuando sus políticas llevaron a una crisis que dejó al país en una espiral de deterioro económico y social que allanó el camino a la dictadura. En los 90, con Lacalle Herrera, se sentaron las bases para la crisis bancaria de 2002, cuando el sistema financiero colapsó y el Estado tuvo que salir al rescate de los bancos mientras miles de uruguayos perdían sus ahorros. Y ahora, con la caída de los fondos de inversión ganadera, se repite el mismo guion: euforia, desregulación, especulación y colapso.
Pero si algo caracteriza a este tipo de crisis es que siempre hay elementos inesperados, pequeñas piezas del rompecabezas que llaman la atención por lo oportunas que resultan.
El caso de la muerte de Eduardo Basso es una de ellas. Un empresario que extrañamente poseía dos campos de colonización a su nombre desde 1995, curiosamente adjudicados en los últimos meses del gobierno de Lacalle Herrera, directamente vinculado a estos esquemas financieros como socio de Conexión Ganadera, falleció en un accidente automovilístico que, para muchos, fue exactamente eso: un accidente. Claro, un accidente en un Tesla con la tecnología de frenado automático ante obstáculos en la ruta.
Podría ser una mera coincidencia, por supuesto. Como también podría serlo el hecho de que su desaparición se diera justo en el momento en que se empezaban a revelar detalles incómodos sobre las inversiones ganaderas y sus conexiones con ciertos sectores del poder. Como también podría ser una simple casualidad que su vehículo, diseñado para evitar colisiones, no lograra detenerse ante el supuesto obstáculo que lo llevó a la muerte. Como podría serlo todo en este país, donde cada vez que el Partido Nacional deja el poder, los secretos mejor guardados parecen perderse en la niebla. Solo hay que recordar los ejemplos de los.casos Villanueva Saravia y Berríos.
Pero quizás lo más llamativo de todo este asunto no sea solo la ingenuidad de los inversores o la sorprendente precisión con la que ciertos eventos parecen encajar. Tal vez lo realmente revelador sea la actitud de ciertos sectores del agro, que durante años actuaron con la certeza de que podían hacer lo que quisieran, dentro o fuera de la ley. No es casualidad que los mayores envíos de cocaína descubiertos en Uruguay en los últimos años, de varias toneladas, provinieran de empresarios agropecuarios. Tampoco lo es que estos mismos sectores fueran la base economica y política del Partido Nacional, el mismo que impulsó las políticas que permitieron el crecimiento de estos fondos de inversión sin control.
Y así, una vez más, la historia se repite. Se instala un sistema basado en la especulación y la falta de regulación, se crean burbujas financieras que benefician a unos pocos, y cuando el esquema se desploma, los responsables desaparecen o mueren en accidentes inexplicables. Mientras tanto, miles de inversores quedan con las manos vacías, aunque no todos pueden quejarse demasiado sin arriesgarse a preguntas incómodas.
Quizás sea momento de dejar de hablar de coincidencias y empezar a reconocer los patrones que se repiten cada vez que el poder se concentra en las mismas manos.
Imagen ChatGpt

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