Desastre financiero en la Intendencia

Como ciudadano sanducero, no puedo evitar reflexionar, desde el sentido común, sobre el estado actual de nuestro querido departamento.
No se requiere ser economista para hacer cuentas básicas y ver que, en apenas cuatro años y medio, pasamos de una administración con cuentas claras y ordenadas a una deuda de más de 1.153 millones de pesos. ¿Magia? ¿Ineptitud? El Tribunal de Cuentas lo confirmó: no es una invención ni una exageración.

Bajo la administración de Guillermo Caraballo, las finanzas eran ejemplo de gestión responsable. Las obras no solo se iniciaban, sino que se finalizaban en tiempo y forma. Hoy, con el intendente de turno, que bien podría ser un émulo de Isidorito Cañones, las cosas parecen avanzar al ritmo de una tortuga desmotivada.
El fideicomiso de 35 millones de dólares, que debía transformarse en mejoras visibles, terminó siendo un gasto sin resultados tangibles que beneficien directamente al sanducero de a pié todos los días. Eso sí, las deudas no se toman descanso, avanzan sin pausa.
A largo plazo, endeudarse puede justificarse si genera empleo, mejora la infraestructura y promueve el desarrollo. Pero, aquí, el panorama es otro: más gasto, más desempleo y menos resultados.
¿Recuerdan el capítulo del hackeo? Digno de un manual de «cómo no gestionar una crisis». Si tan bien estaban financieramente, ¿por qué tuvieron problemas para pagar sueldos durante tres meses sin cobrar tributos? Ah, pero la culpa siempre es de otros, igual que en el gobierno nacional. Estrategia conocida, pésimos resultados.
Convenios mal gestionados, excusas repetidas, obras eternas y un desempleo que alcanza niveles alarmantes. Administrar, al parecer, es sencillo cuando todo está en orden, pero cuando llega la hora de tomar decisiones inteligentes, el cuento cambia.
Más que frustración, lo que genera esta situación es desazón. Mucho gasto, poca inversión real y ninguna mejora significativa. Los sanduceros seguimos esperando. Quizá terminen algo a tiempo… o quizá esperemos hasta que una nueva administración logre, nuevamente, ordenar este desastre.
¿Paciencia? De eso nos sobra. O, al menos, eso esperan ellos.

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